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Llevaste el cielo al hombro,
como jinete a los pies desnudos
de el sol; agitado, cogiste la mano herida
en burbujas de aurora y manchaste la piel
al lobo y sus huellas consteladas.
Hombro, vestido de poblaciones
que en las sábanas dormitan estrellas,
cercando la profunda palidez del cielo,
meciendo el brazo al humo, más fuerte, más
brazo.
Llevaste el cielo al hombro,
volando, encontrando rostros al trueno,
luz de barro, manto de la tierra; y al
llegar la tarde, son tus cabellos
refugio de la redondez fluyendo de los
matorrales.
Serás retoño de conchas entre las artes,
animal de cuevas en las guitarras.
Camina, tus hombros nos abren
la verdad de un camino aferrado a nuestros
cuerpos;
silenciosos, pero sabios, llevamos el
cielo al hombro.
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